La curación por el sonido. El bazo
En el Tao Curativo el quinto sonido curativo, de acuerdo con el orden creativo de los cinco elementos, corresponde al bazo que tiene como órganos asociados al estómago y al páncreas. Su elemento es la Tierra y su estación del año el verano indio, una temporada de transición que se presenta entre el verano y el otoño.
En el bazo, según la filosofía china, es donde las personas asimilamos lo que aprendemos y donde se encuentran tanto la preocupación, ansiedad y la constricción (cuando nos sentimos sin salidas y víctimas de una determinada situación) como la justicia, la apertura y el equilibrio.
Los labios y el tacto son los sentidos relacionados con este órgano vital, así como el sabor dulce o neutro y los colores que van del café oscuro al amarillo dorado. Su voz es el canto y su horario junto con el páncreas es por la mañana, de 9 a 11.
Para limpiar y mantener en equilibrio al bazo el sonido curativo es Juuuuuu que se emite abriendo un poco la boca, de modo subvocal, sintiéndolo en las cuerdas vocales, emitiendo el sonido desde la zona del bazo páncreas.
La posición es sentada o sentado, en un lugar cómodo en la orilla de la silla, ojos cerrados, piernas separadas, pies bien puestos en el suelo (haciendo Tierra), habiendo relajado antes la columna vertebral (con los hombros muy sueltos), el cuello y la espalda, las manos colocadas sobre los muslos con las palmas hacia arriba.
Los pasos a seguir, según el manual El sistema completo de disciplinas taoístas de Janette Nutis, instructora Senior de Tao Curativo, son:
1. Con los ojos cerrados toma conciencia del bazo –centrando tu atención desde la mente en el costado izquierdo debajo de las costillas-- y siente su conexión con los labios, como si “besaras” este órgano vital, sonríele, al igual que al estómago, al bazo, hasta que sientas que estás en contacto con estos dos órganos. Observa la calidad de tu energía, registrando cualquier sensación de tierra seca, constricción (una sensación cómo de estar en “un callejón sin salida”), un color café o sentimientos de ansiedad, preocupación o inquietud. Visualiza una luz amarilla: la luz dorada del verano indio.
2. Inhala profundamente, moviendo los brazos al frente y colocando los dedos medios de ambas manos bajo el esternón, en la parte izquierda de la caja toráxico. Abre los ojos y mirando hacia arriba, presiona suavemente con los dedos, empujando el estómago, bazo y espalda hacia atrás y ve exhalando el aire con el sonido Juuuuuu. Siente la vibración del sonido empezar a mover la energía en estómago y bazo, y cómo el exceso de calor, toxinas y energía de preocupación son expulsados desde el saco que los envuelve.
3. Al terminar de exhalar, mueve los brazos hacia la corona (punto que está en el centro de la cabeza) y visualiza que juntas la luz amarilla, vierte esta luz sobre tu cuerpo y hacia el estómago y bazo. Baja los brazos, coloca las manos frente a estos dos órganos, irradia esta luz hacia ellos y cúbrelos con apertura y equilibrio.
4. Regresa a la postura original. Descansa un momento con los ojos cerrados y siente a estómago y bazo. Sonríe e imagina que sigues haciendo el sonido, siente la vibración del sonido moviendo y limpiando la energía en el estómago y bazo, respira normalmente y visualiza estos dos órganos brillando con luz amarilla.
Acerca de este momento, dice Nutis, “esto los fortalecerá y activará con las virtudes de apertura, justicia y equilibrio, con cada respiración trata de sentir cómo la tibia luz amarilla reemplaza el exceso de calor, toxinas y energía de preocupación en estos órganos”.
Se recomienda hacer este ejercicio todos los días, en serie de tres, y repetir toda la secuencia de 9 a 36 veces para aliviar indigestión, náuseas, diarrea o desintoxicar el bazo.
La práctica diaria de los sonidos curativos se debe hacer de preferencia por la noche antes de dormir, cuando lo necesites (si vives una situación de preocupación, ansiedad o empiezas a sentir lástima de ti misma o mismo) y/o como parte de los otros cinco sonidos curativos: pulmón, riñón, hígado, corazón y triple calentador
martes, 13 de abril de 2010
La curación por el sonido
martes, 2 de marzo de 2010
“Valiente no es aquel que no teme. Valiente es quien teme y se atreve.”
“Valiente no es aquel que no teme. Valiente es quien teme y se atreve.”
Somos muchos, muchísimos, los que tenemos miedo o los que hemos vivido de su mano durante algún tramo de nuestra vida, y no me refiero al miedo más fóbico, sino al más cotidiano, al más “común”. Es evidente –y así lo ejemplifica la historia– que la sociedad occidental –la nuestra– ha sido educada para convivir con él como lo ha hecho con otros “males menores” como el tabaco, con el que hemos aprendido a mantener una relación de dependencia social –además de física–. Es decir, por un lado lo vendemos y nos nutrimos de los impuestos que aporta a nuestros gobiernos y por otro le hacemos la guerra por pernicioso y letal. Y es que el miedo es así: social y físico, global e individual. Como el tabaco, se fomenta y se estigmatiza, y como el tabaco, se aspira activa o pasivamente. Ambos comparten asimismo efectos y síntomas: ennegrecen, paralizan, atacan el sistema inmunitario, desestabilizan… Pero no es este el momento de hablar del tabaco ni de las adicciones “permitidas”, sino del miedo y de sus cómos, esas preguntas que tanto necesitamos ver respondidas para poder empezar a reaccionar, para actuar.
“Cobarde no es quien teme, sino quien ni siquiera se atreve a sentirse temeroso.” (Imagen: Usuario de Flickr).
Porque, ¿qué es el miedo?
El miedo es lo contrario del amor (una definición menos occidentalista probablemente formularía un axioma como el siguiente: “El miedo es la otra cara del amor”).
“Sí, muy bien”, quizá pensarás. “Eso ya lo he oído muchas veces, pero no deja de ser una definición demasiado intangible, demasiado alejada de lo cotidiano.” Es cierto. La pregunta quizá debería ser otra –más fácil, más manejable–. Qué tal esta: ¿“cómo identifico al miedo? ¿Cómo lo reconozco para poder actuar sobre él”?
Muy sencillo: el miedo siempre paraliza. El amor activa.
Ahora demos un paso más. ¿Cómo se lucha contra el miedo?
Aceptándolo. Sin juzgarlo. Sin juzgarnos. Tener miedo no es ni malo ni bueno. No tenemos derecho a castigarnos por ello. Al contrario: aunque pueda parecer paradójico, el temor es simplemente un principio, una oportunidad de cambiar algo que la emoción rechaza y abraza a la vez por conocido, por adictivo. Sin embargo, deja de ser una oportunidad de cambio cuando el intelecto –lo aprendido– alza la voz y nos condena: “Tener miedo te convierte en cobarde”. No es cierto. Tener miedo nos enfrenta a la posibilidad de decidir, de proyectarnos, aunque sea durante un fugaz instante, en el futuro. La mente se equivoca: cobarde no es quien teme, sino quien ni siquiera se atreve a sentirse temeroso. Cobarde es quien vive esquivando el miedo porque donde no conoce tampoco el amor que lo libera. Cobarde es quien no siente, quien no cuenta con la emoción para llegar a ser quien realmente desea ser.
Desde aquí quiero hacer un llamamiento a todos los que estáis ahí fuera, leyendo estas líneas, y animaros a que cuando os reconozcáis asustados –asustados en lo cotidiano, en lo automático, en esas pautas aprendidas que paralizan– lo hagáis desde la emoción, sin juicios. Quiero que os acerquéis al espejo más cercano y os miréis tranquilamente a los ojos y, sin vergüenza y sin castigo, empecéis por el principio de los principios y os atreváis a oíros decir: “Sí, tengo miedo”. Repetidlo cuantas veces podáis y seguid haciéndolo hasta que poco a poco, tardéis lo que tardéis, cambiéis la afirmación por esta otra: “Sí, siento miedo”.
Que se haga entonces el silencio. Miraos bien. Solo siente miedo quien tiene la posibilidad de no sentirlo, quien puede elegir, aunque quizá no sea aun consciente de ello.
Solo siente miedo quien no es el miedo.
¿Qué somos pues, si no somos miedo?
La otra cara de la emoción.
Amor. Amor asustado, sí. Pero amor, al fin y al cabo.
No deberíamos olvidarlo.
Es un buen principio.
Autor: ALEJANDRO PALOMAS 2 Marzo 2010
lunes, 1 de marzo de 2010
Cuatro leyes espirituales
En la India se enseñan las "Cuatro Leyes de la Espiritualidad"
La primera dice:
"La persona que llega es la persona correcta".
Es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean,
que interactúan con nosotros, están allí por algo,
para hacernos aprender y avanzar en cada situación.
La segunda ley dice:
"Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido".
Nada, pero nada, absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestras vidas,
podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante.
No existe el: "si hubiera hecho tal cosa...hubiera sucedido tal otra...".
No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado,
y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante.
Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas,
aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo.
La tercera dice:
"En cualquier momento que comience es el momento correcto".
Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después.
Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas,
es allí cuando comenzará.
Y la cuarta y última:
"Cuando algo termina, termina".
Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución,
por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar,
ya enriquecidos con esa experiencia.
Creo que no es casual que estén leyendo esto, si este texto llegue a nuestras vidas hoy;
es porque estamos preparados para entender,
que ningún copo de nieve cae alguna vez en el lugar equivocado!
VIVE BIEN, AMA CON TODO TU SER Y SE INMENSAMENTE FELIZ!
"Si un día tienes que elegir entre el mundo y el amor, recuerda:
Si eliges el mundo, quedarás sin amor,
pero si eliges el amor, con él conquistarás al mundo"
(Albert Einstein)
sábado, 16 de enero de 2010
El observador desapegado
Desarrollar una actitud espiritual y elevada requiere comprender y practicar una virtud a menudo incomprendida, pero esencial en nuestro desarrollo interno: el desapego.
Una práctica muy beneficiosa es la de posicionarnos como un observador desapegado. La actitud y el estado interno de un observador desapegado nos liberan de absorber las influencias de cada palabra, sentimiento y actitud, evitan que nos impliquemos en exceso en lo que está sucediendo y nos permiten transformar nuestras tendencias reactivas. Observar nos proporciona paciencia y claridad para pensar y actuar con precisión. Observar crea un foco interno que nos permite ver la realidad con mucha más objetividad.
Fortalecemos el desapego cuando comprendemos y practicamos la conciencia de ser un depositario. Tenemos una relación con todo lo que nos rodea. Obviamente, la relación que tenemos con las personas y objetos de nuestro entorno inmediato es más íntima que con el resto del mundo. Con frecuencia, la relación se vuelve en mayor o menor grado posesiva. En nuestras mentes pensamos que poseemos cosas como coches y casas, trabajos y proyectos, posiciones, y quizás incluso otras personas.
Lo que olvidamos es que no podemos poseer nada. Podemos cuidar, podemos usar, podemos disponer. Pero no podemos poseer. Como reza el dicho: cuando te vayas, no puedes llevártelo contigo. Y sin embargo, es la idea de posesión la que yace en la raíz de todos los miedos y conflictos. El miedo a la pérdida, el miedo a no poder conseguir lo que ya hemos decidido que es nuestro en nuestras mentes.
Por tanto, ¿qué relación mejor podemos elegir que se lleve todos nuestros miedos? La de ser un depositario. En el río de la vida, todo nos llega en confianza, para que lo usemos con sabiduría y después lo soltemos. La conciencia del depositario nos libera de la tensión de codiciar y almacenar. Vernos como depositarios de todo lo que recibimos, incluso de nuestro cuerpo, fortalece nuestra capacidad innata de cuidar de todo y de todos con amor y dignidad. Es un sentimiento mucho más relajante para relacionarnos con todo aquello (personas y recursos materiales) que tenemos el privilegio de recibir en la vida.
Finalmente, es con desapego y con la conciencia de un depositario, que podemos experimentar el amor de Dios. Del mismo modo que la rosa está desapegada de las espinas que posee y sigue esparciendo su fragancia, un alma desapegada desarrolla la capacidad de no influenciarse por las personas o circunstancias que la rodean. Su conciencia va más allá de las cosas limitadas y permanece en conexión con lo ilimitado.
El amor de Dios es ilimitado, no fluctúa y es constante. La belleza del amor de Dios es que proporciona al alma la experiencia de todos los logros. Pero para lograrlo, es necesario practicar desapegarse de todas las influencias limitadas y permanecer absorto en los logros espirituales ilimitados. Tales logros son los que permiten al alma acumular fortaleza, felicidad y amor espiritual, entre otros muchos tesoros.
miércoles, 6 de enero de 2010
¿Realmente estamos solos en el Universo?
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